Comentario
La Guerra de los Cien Años, cuya batalla decisiva se libró hace cinco siglos y medio -julio de 1453- en Castillon, no fue una guerra ni duró cien años. Fueron en realidad 116 años, salpicados por campañas militares, treguas y paces más o menos duraderas, en los que Inglaterra combatió por absorber a Francia y ésta hizo lo posible por evitarlo. Las causas del largo conflicto fueron múltiples. Inglaterra tenía ambiciones territoriales en el continente, porque del vasto imperio angevino, derivado de las posesiones de los reyes anglo-normandos y del matrimonio de Enrique II con Leonor de Aquitania, en 1152, retenía las ricas regiones de Guyena y Gascuña. Unos territorios que también ambicionaban los monarcas galos para unificar su reino.
A ello se sumaba la paradoja de que los reyes de Inglaterra, por ser duques de Normandía, eran vasallos nominales del rey francés, lo cual se avenía mal con el orgullo de los Plantagenet. Éstos tampoco podían tolerar el apoyo francés a los rebeldes escoceses.
Desde el punto de vista económico, Inglaterra se sentía también perjudicada por la intervención francesa en Flandes, que ponía en peligro el negocio de la venta de la lana inglesa a los comerciantes flamencos. Sin embargo, la causa directa del estallido de la guerra fue la sucesión a la corona de Francia, tras el fallecimiento sin descendencia masculina de Carlos IV Capeto. Eduardo III de Inglaterra, hijo de Isabel, hermana del monarca fallecido, era el heredero más directo al trono francés. Para evitar esa sucesión, los juristas franceses recurrieron a la antigua Ley Sálica, que impedía heredar la corona a las mujeres y, gracias a esa maniobra, Felipe de Valois, sobrino de Felipe IV, fue proclamado rey de Francia. Así empezaba, en 1337, esa interminable contienda de la que, más de un siglo después y tras haber pasado apuros que le pusieron en trance de desaparición, la corona de Francia saldría muy reforzada.
En el final de la interminable contienda fue decisiva la revolucionaria intervención de la artillería móvil. La batalla de Castillon se produjo, además, en un contexto muy sensibilizado por la quema en la hoguera de la gran heroína de Francia, Juana de Arco.